Pareciera que la música ha cavado su propia tumba, cuando surgen de entre las tinieblas músicos, o mejor dicho artistas, que nos devuelven a los años dorados de la música y de la vida humana, donde lo más importante es experimentar y divertirse gozando en el escenario.
En días recientes, tengo la impresión de que el mundo ha madurado hacia una catástrofe inevitable; sin embargo, en el fondo no hemos dejado de ser niños y, es precisamente eso, lo que nos permite sobrevivir aquí. Este retorno a la infancia, en buena parte se lo debemos a esos artistas que nos permiten seguir siendo pequeños; así, Adanowsky nos permite regresar en el tiempo, no sólo con sus sonidos y voz cargados de estilos melancólicos salidos de la historia musical, sino también con su imagen y postura irreverente ante el mundo en el plano exterior.
Si nos adentramos al interior de su música, encontramos una atmósfera metafísica/surrealista, al más puro estilo de su padre Alejandro Jodorowsky y de los poetas malditos, haciéndonos recordar que en esencia todos tenemos algo de estos.
Así, bienvenido sea este disco que lleva por título El ídolo y con el cual Adanowsky se lanza al mercado latinoamericano, desprendiéndose varios sencillos como “El ídolo”, “Estoy mal” y “No”, entre otras canciones que empiezan a sonar duro en las colecciones musicales de los melómanos.
Germán Domínguez
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