Escápate a La India


Viajar a la India es, sin lugar a dudas, una experiencia única de vida, tan llena de contrastes y magia espiritual que en ningún otro lado he encontrado. Hay tanto que ver, aprender y visitar que un mes no me ha bastado ni para conocer la parte norte del territorio.

Cuando menos lo esperé, me di cuenta de que me encontraba en un lugar totalmente desconocido, lejos de mi país, mis costumbres y mi idioma. Me encontraba en Haridwar, una de las cuatro ciudades sagradas de la India (Allahabad,Ujjain, y Nashik), ubicada a seis horas al norte de Nueva Delhi. La mejor forma de llegar es tomando el Shatabdi Express desde Delhi o bien, en autobús - aunque la carretera no es la más recomendable porque se encuentra tan al norte que la neblina no deja ver absolutamente nada en época de invierno-. Como yo venía de Pushkar en el departamento del Rajastan, me tomó aproximadamente dieciséis horas llegar; fue como haber despertado en un pequeño autobús viejo, maloliente y lleno de tantas personas vestidas diferente a lo occidental. En la calle principal podía observar a cientos de mujeres vestidas con unos hermosos saris llenos de color, pulseras que hacían ruido al caminar como si estuvieran entonando una canción; hombres vestidos con trajes de manta y chalinas o turbantes, los sijs; algunos caminando a lo largo de la calle, otros en cycle-rickshaws (bicitaxis), rickshaws (una moto con cubierta y tres llantas). ¡Ah! ¿Y cómo olvidar a las vacas en medio de la calle? Todos se movían en direcciones totalmente opuestas y el tiempo no parecía transcurrir.

Caminé entre ellos, impregnándome del aroma a comida frita y picante, del incienso de cada uno de los templos y tiendas, y sobre todo de la paz espiritual que generaban todas esas personas con las que me iba cruzando. Miraba cómo en ambas aceras de la calle había cientos de pequeños negocios con imágenes y estatuas de Shiva, Vishnu y Ganesh, platos y vasos de peltre, velas, pulseras, collares e incienso. Después de recorrer casi un kilómetro y medio, poco a poco me fui acercando al río Ganges y su centro ceremonial, Har - Ki- Pairi (los pasos de Dios), donde cada tarde al ocultarse el sol se celebra el Aarti en honor a la Diosa Ganga. La tradición hinduista cuenta que durante la batalla entre el bien y el mal por conseguir el jarrón (Kumbh) con el néctar sagrado de la inmortalidad, Vishnu lo tomó finalmente y, mientras volaba, derramó gotas del néctar sagrado en cuatro ciudades, entre ellas Haridwar. Cuando leí esta historia que forma parte de la mitología hinduista, entendí entonces porque era un lugar sagrado y, por ello cada tres años se celebra el Kumbh Mela, un peregrinaje más grande que el de la Mecca, donde los hinduistas se congregan sin importar el dios al que adoren.

Har - Ki- Pairi me pareció como un pequeño muelle, crucé el puente y a lo lejos vi una enorme y hermosa estatua de Shiva, a la izquierda estaban los gahts y los fieles hinduistas se comenzaban a preparar, de lado derecho estaba la otra parte del río Ganges y en el muelle principal habían algunas personas tocando instrumentos y otras tantas haciendo diyas- una canasta ovalada de hojas con flores y una vela en el centro para darla como ofrenda a sus muertos o bien una ofrenda para Ganga, la Diosa de la vida.

Por un momento no supe qué hacer, ni a dónde dirigirme, lo único que pensé fue en sentarme a la orilla del río sin tocarlo con los pies; veía cómo, poco a poco, el sol empezaba a bajar, el cielo empezaba a oscurecer y el aire se volvía cada vez más fresco; al lugar llegaban cientos de familias hinduistas que se sentaban junto a mí en el muelle y compraban diyas de todos tamaños. Cuando miré a mi alrededor, sólo habíamos dos extranjeros, y me sentía plenamente identificada a pesar de no hablar el mismo idioma. Sentía las miradas de los niños, respiraba el aire puro y fresco, sentía la presencia reconfortante de personas totalmente ajenas a mi vida que me regalaban una tierna sonrisa.

Mientras esta parte del muelle se iba poblando, la gente en el otro lado del Ganges subía y bajaba, se alistaban para llevar a cabo el aarti. Vi cómo bajaban una estatua o imagen -no sé de quién exactamente- podría ser de Shiva o Ganga, no alcanzaba a ver bien; conforme transcurrían los minutos, más fieles se congregaban del otro lado y prendían incienso y antorchas que iluminaban mágicamente Har-Ki- Pairi, algunas otras personas se acercaban al Ganges para mojarse y otros para ofrecer las diyas.

Conforme la ceremonia transcurría, empecé a sentir una vibración en todo mi cuerpo que me hacía estremecer, sentía un hormigueo desde mis piernas hasta mi rostro; escuchar ese canto, sentir el aire frío y observar de frente la ceremonia fueron una experiencia espiritual inolvidable que, al día de hoy, no encuentro las palabras adecuadas que expliquen todo lo que sentí. Quizá no pasaron más de veinte minutos, pero ha sido la única vez en mis treinta y dos años que mi mente se quedó completamente en blanco y parecía estar en el encuentro conmigo misma, lo que he sido contra lo que soy ahora. Al concluir la ceremonia, recorrí nuevamente la calle principal hasta llegar al hotel Swagat cerca de la estación del tren, todavía con lágrimas en mis ojos y una emoción que no podía contener. Haridwar es una pequeña ciudad a la que llegué sin imaginarlo y donde redescubrí que todos mis pensamientos y mi amor le pertenecían a él, redescubrí lo maravillosa que es la vida, la comunión entre dos seres y volví decidida por él.

Leslie Cruz Manjarrez

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